Examen.
El proceso creativo y los estados de inclusión-situación semántica de los dispositivos instrumentales- tienen puntos en común. En el arte evocan, exploran, explotan, vindican, pronuncian, emancipan, curan…
Para muchas personas existe una fuente de poder trascendental de las condiciones encontradas o sobrepuestas a su presencia terrenal y a todo lo germinado en sus identidades, incluso en aquellas dominadas por la tolerancia a la frustración y la envidia entre otras pulsaciones que las sociedades actuales llevan a planos de integridad pragmática, determinante para sobrevivir y actuar en este mundo intrigante, donde es difícil soportar la ausencia del objeto, o las cuotas mercantilistas, ni mucho menos la inmovilización en el anonimato. Así el pensamiento tiende a ser concreto, con presencia hipercolmada de imágenes inteligibles, pero también de códigos crípticos y/o de rebeliones a todo status.
Y ahí el rol útil/inútil del artista. Del creador contemporáneo, como del filósofo eterno. Procurador de signos, de preceptos comunes (moral, ética, civilidad, urbanidad, y también de contrarios a estos, o sea, inmorales, inciviles, anarquistas, aunque nunca carentes de ética). Todos esos canales por donde, se supone, hay diferenciación entre realidad y pulso artístico.
Desafortunadamente, avanzando como una pandemia sin control, lacerando todos nuestros niveles cognitivos, y abrazando la oligarquía de la confusión, pareciera, que para hacer arte hoy, cada vez más es necesario sumergirse en graves complejidades, opacidades discursivas, o hasta en hoyos negros incontestables.
Error de perspectiva, distorsión de una esencia de la especie humana que avanza como una pandemia sin control, lacerando todos nuestros niveles cognitivos, y abrazando la oligarquía de la confusión.
Sin embargo, vibrando en otros horizontes, obligado señalar que las circunstancias corruptas relacionadas con la presentación, la divulgación y los compromisos del arte han sido y están siendo enérgicamente cuestionadas; estudiadas, redefinidas, remodeladas, y éticamente incubadas como preceptos humanistas (especialmente a partir de la crisis mundial provocada por la pandemia del COVID19, y ante los detestables impulsos de cierto imperialismo asociado con el odio étnico que se encuentra en este momento fundamentando un genocidio sin escrúpulos) reconstruyendo el aliento de justicia, e incorporando nuevas concepciones, respeto, inclusión, diversidad y frescas perspectivas para la atención y la formación (multidimensional) de interlocutores en una sociedad demandante de inteligencia y de sincera empatía.
Sin embargo, lamentablemente el arte visual y plástico en este momento es prioritariamente correspondiente a formulaciones de ejercicio plástico de inmediata percepción, de velocísima conexión efectiva (lucrativa), y de permanencia fugaz, abandonando lejos su esencia y sus atributos de redención.
En consecuencia, hoy en una expansión del arte en estas sociedades de consumo y espectáculo, de manera trágica, rendida como cualquier producto. Subyugada a estereotipos, atropellada por frivolidades, el grueso de la creación (otrora materia de imaginación y de libertad, hoy solo de distorsiones de la información y de ignorancia funcional) se fundamenta en la adscripción efímera de lo económicamente efectivo. O en morfologías que se gestan y crecen desde el provenir de la línea mercantil, a la circunscripción ferial y alcoholiquera. O a la significación del soborno interiorista. Y al automático incursionamiento a la competencia, o en las complicidades rentables (donde las imágenes y la unidad formal plástica se pseudo legitiman con rollazo mareador versus narrativas para la pose en el coctel, esas que adornan las cotizaciones de “piezas” en el panorama pseudo coleccionista).
Y en fin, en apología al -gris- color, -mono- tono, -cínica- contextura y -decadente- dimensión, de la representación de fastuosas ficciones (el mentado traje del rey), de circulante narrativo denostativo a nuestras tareas e ilusiones, y de cuerpo entregado a las vindicaciones del artificio, a ritmo presagiante, aberración galopante, de la muerte del ARTE.
Guillermo Santamarina.
Curador