Angelina Fernández, Valeria Michelle, Lucila Rodarte, Irvyn Roho, Fernando Sepúlveda, Vico Valle y Mayra Vineya son artistas en un sentido casi ontológico. No pueden mas que ser artistas. Parece una obviedad, pero no lo es: la vocación en tiempos de tanta precariedad no se da por sentado. Las siete artistas crean para descodificar y conciliar la manera en que se sitúan dentro una serie de círculos expansivos que van de sus miedos más íntimos a su relación con el hábitat que las hospeda.

Algunas de las artistas de Garage Jalisco tienen una sólida estructura teórica para articular su obra, otras crean sin intelectualizar; unas van mediando su entorno a medida que crean, para otras su obra es una forma de entenderse a sí mismas. Algunas crean desde un estudio hechizo en su propia habitación, otras desde estudios semi-profesionales, recorriendo la ciudad en bici o en clubs de lectura en medio de reservas naturales. Sus miradas buscan sanear su relación con otras: sus madres, los árboles y ríos, los y las pepenadoras de la ciudad, los niños y niñas a las que enseñan.

¿En qué momento la raíz de un árbol hace el crack que revienta la banqueta? ¿Cómo puedo convencer a la gente de que mis relaciones personales son importantes más allá de mi? ¿Puede el arte hacer las veces de terapia? ¿Puede la contemplación de la naturaleza forjar una relación entre especies? ¿En dónde termina el cuerpo y empieza el árbol?¿Qué pasa si el archivo académico se erosiona con la materia misma que investiga?

En la sala de exposición, la disposición de las obras intenta mapear el orden y la manera en que las artistas van relacionando su obra con su entorno. Fernando Sepúlveda crea desde una habitación que hace las veces de estudio en el que metódicamente archiva y clasifica sus colecciones; ahí trabaja de forma artesanal un material con tanto simbolismo como el papel moneda, obviando por completo su carga política y transformándolo en un souvenir personal cuya única valía transaccional es la que él le da como materia prima de sus piezas. Angelina Fernández observa con humor su cotidiano familiar para convertirlo en una especie de meme personal a través del video y la pintura dando así salida (o entrada) a sus propias ansiedades y «pensamientos siniestros». En la sala sus obras conviven en display físico con su materia prima: su feed de Instagram.

De forma similar, Lucila Rodarte intenta responder a sus inquietudes personales empujando su obra hacia el exterior, hacia la caricatura de la obra misma y de los temas increíblemente sensibles e íntimos que la inquietan. Sus obras cerámicas se exponen en los muros exteriores de la sala emulando de cierta forma su proceso creativo: conflictos y reflexiones internas y personales en una suerte de auto-grafiteo de piezas que suelen considerarse como decorativas.